sábado, 5 de mayo de 2012

VIAGEM A PORTUGAL II. VILA VICOÇA

A un paso de Badajoz, siguiendo la antigua carretera a Lisboa, encontramos a escasos tres kilómetros de Borba esta joya alentejana donde los palacios, las iglesias, los castillos y los conventos hacen de esta villa una de las más hermosas de La Raya portuguesa. Se llega a Vila Viçoça entre enormes montañas de residuos de mármol salido de canteras, que ya explotaban los romanos de la época del Emperador Augusto, y que hoy aparecen en el camino como catedrales invertidas en medio de un paisaje poderoso e inquietante.
Frente a nosotros, la belleza renacentista del Paço Ducal, y aquí de nuevo la memoria eterna de Saramago. “Em Vila Viçosa, vai-se ao Paço Ducal. Não se exime o viajante de esta obrigação, que é também gosto bastante, mas haverá de confesar que estes palácios o deixam sempre em estado muito próximo a confusão mental”.
Entrar en el Paço Ducal es entrar en un mundo de refinamiento exquisito. A nuestro paso vamos descubriendo todo el esplendor de la postrera Corte. Pinturas, porcelanas, cristal, tapices, muebles, lámparas… También la Sala de la Reina, la del Rey… y aquí el viajero se inquieta al contemplar el lecho del último sueño de Don Carlo, la última luz del Alentejo reflejándose en los mármoles de la fachada renacentista. Después, el viaje a Lisboa, los disparos, la muerte del hijo Rey, la muerte del Rey amado, la República… Aún, y antes de abandonar el palacio, el recorrido nos lleva a otra de las grandes pasiones de Don Carlo: la mesa. Acudimos a las enormes cocinas de palacio, cocinas en las que aún se conservan sartenes y marmitas, moldes y tinas de un cobre que parece preservar los aromas de la Gran Cocina de los Braganças.
Se sale del Paço por la Porta dos Nos de extraordinaria belleza manuelina. Frente a ella, otra impresionante joya arquitectónica como es el Panteón de los Duques y el Panteón de las Duquesas.
Dejamos atrás O Paço y el Convento das Chagas para acudir a un encuentro inquietante, el del recogido cementerio que aparece escondido en el interior del antiguo burgo. En su entrada, y nada más atravesar las puertas del cementerio, la tumba de la poetisa Flor Bela Espanca, de la que se dice que murió de amores incestuosos. Cipreses, lilas, tumbas y capillas bellamente talladas con alegorías al cielo y al infierno, ataúdes de madera asomándose desde los panteones a la luz del Alentejo.
Salimos del camposanto sabiendo de las miserias de la vida, y de lo miserable de la muerte. Los mirlos que habitan entre las lilas y los laureles son con su canto quienes nos animan a seguir el camino. A nuestro paso, y ya dejando atrás el castillo y la enormidad de la Iglesia de la Conceição, aparece el impresionante Pelourinho del que parecen querer escapar terroríficos monstruos.
Desde aquí, desde el Pelourinho, ya es visible la bulliciosa vida de la Avenida y Plaza de la República con sus cafés y restaurantes. A ellos acudimos, a sus explanadas, a sus conversaciones en calma. Aquí en el Alentejo el tiempo no parece haberle pedido permiso a Babiera para continuar viviendo el tiempo calmo.
Un viejo bombero voluntario nos cuenta cómo en el año 1977 conoció Cáceres gracias a un encuentro de bomberos de Extremadura y el Alentejo. Con él compartimos nuestro particular tiempo calmo mientras nos dejamos seducir por el fino sabor de unos caracóis y una cerveza Sagres. Al fondo la impresionante arquitectura barroca de la Iglesia de San Bartolomé.
A ella dirigimos nuestras miradas, a sus bellas esculturas de mármol, a su impresionante tabernáculo de doradas maderas. El impresionante reloj que corona la fachada de la iglesia marca la una del la tarde, buena hora para acercarnos al deleite de la poderosa cocina alentejana. Acudimos al Flamar, un restaurante que se alza desde hace sesenta años en la Plaza de la República. En su primera planta una gran bóveda acoge la sala del jantar, en ella nos entregamos a una gastronomía alentejana en estado puro: açorda, sopa de legumes, bacalhao al horno y porco a la alentejana. Terminamos con una sugerencia de la casa: dulces conventuales. El vino alentejano, de Adega Cooperativa de Borba.
Regresamos a casa, a Borba, al Hotel Rural Valmonte donde nos acoge una vez más mi amigo Artur Lourenço, donde sitúa Miguel Sousa Tavares su novela Rio Das Flores, y por donde buscase la calma Flor Bela Espanca.

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